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El escritor norteamericano de aventuras Mark Twain (1835-1910) solía decir que en nuestras vidas existen dos momentos muy importantes. El primero es el momento del nacimiento y el segundo es cuando descubres para que has nacido. La gran mayoría de la gente conoce el primero pero jamás llega a descubrir el segundo. Es como si el único y definitivo propósito de sus insípidas y vacuas vidas tan solo consistiera en ocupar volumen físico y en quemar el oxígeno del aire que respiran. Y suerte que el aire es gratis porque si tuvieran que pagarlo entonces ya ni siquiera existirían. Este hecho evidente nos obliga a formularnos toda una serie de preguntas importantes. La primera y más importante es la pregunta general de ¿Hacia donde va todo?.
La gran mayoría de los mortales se ven obligados a despertarse temprano malhumorados y apáticos para dirigirse a sus puestos de trabajo que, en realidad, no les gustan para así poder pagar facturas y recibos cada vez más abusivos, comprar cosas inútiles que no necesitan y malgastar su tiempo libre en “diversiones” estúpidas que no les aportan nada. Por ello debemos preguntarnos: ¿hacia donde va todo ese madrugar, todo ese defecar, miccionar y ducharse a toda prisa y corriendo?. ¿Hacia donde va todo ese desayunar a velocidad terminal con el café quemando la garganta?. ¿Hacia donde va toda esa estresante prisa para coger el autobús y/o el metro en hora punta y tod@s apretados como borregos que se dirigen al matadero?. Al llegar al puesto de trabajo nos espera un jefe autoritario y neurótico que nos grita histérico que casi siempre llegamos tarde y que el trabajo va con mucho retraso y que lo quiere todo terminado para ayer. Luego viene la pausa del mediodía de dos horas o dos horas y media y así le da tiempo al personal de comer, tomarse la copa o el carajillo, fumarse el “farias” y todavía queda algo de tiempo para hacer algo de siesta.

Al salir del trabajo por la tarde empieza la segunda parte de todo ese baile del absurdo. La adultos se precipitan con gran ansiedad a los bares, bodegas y tascas de sus barrios para malgastar su escaso dinero y, lo que es incluso peor, su tiempo en distracciones tan vanas como inútiles. Los jóvenes hacen igual entrando en bares musicales, pubs y discoteca en su ansiosa búsqueda de estúpidas “diversiones” igual de inocuas. ¡Qué imbéciles todos ellos!. Es para dejar de creer en la humanidad. Al mismo tiempo que también para no dejar de preguntarnos: ¿hacia donde va todo eso? si es que, en realidad, va hacia alguna parte. Sinceramente yo no lo creo. Las vidas de la gran mayoría de la gente parecen estar carentes de sentido y no tener propósito alguno. Tan solo parecen hallarse ocupados en sobrevivir y tratar de distraerse con lo que sea y pagando lo que sea. ¡Qué absurdo que es todo!.
Lo dicho en el párrafo anterior no les impide a los seres humanos el innegable hecho de dotarse de varias justificaciones intelectuales y vanas ilusiones mentales con las que, en vano, poder consolarse. A mi la que me resulta risible de todas es la vacua noción del mal llamado “Progreso”. Si de verdad estuviéramos viviendo en una verdadera era de progreso entonces ya no se producirían guerras ni hambrunas ni enfermedades ni epidemias. Tampoco existiría el tráfico y el consumo de drogas. Así como tampoco la prostitución, la pornografía y los abusos y el maltrato infantil. Los descubrimientos de la ciencia y las aplicaciones tecnológicas han experimentado un gran avance en los dos últimos siglos, es cierto. Pero basarnos en ellos tan solo representa un consuelo de tontos.

Consideremos algunos hechos de la actualidad informativa para replantearnos y cuestionarnos muy en serio la misma noción de progreso. El primero y más evidente es el fenómeno del terrorismo internacional que constituye un serio problema y es un verdadero azote de la humanidad contemporánea. Existen diferentes clases de terrorismo: algunos están inspirados en ideologías radicales, otros en el racismo y el supremacismo y, más recientemente, los que están inspirados en el integrismo y el fundamentalismo religioso; sobre todo el islamista. Todos hemos visto esas horribles imágenes en la televisión y esas impactantes fotografías en la prensa diaria de atentados con bombas y coches-bomba.
A la vista de tan lamentable espectáculo debemos preguntarnos… todos esos actos de barbarie… ¿a que clase de “progreso” pertenecen?. Pensemos ahora en el problema del hambre, verdadero flagelo de la humanidad. Cada año mueren millones de personas en el llamado “Tercer Mundo” a consecuencia del hambre y la malnutrición sin que, de momento, este problema no parezca tener ninguna solución a corto plazo. Y preguntémonos de nuevo… este terrible problema… ¿que clase de “progreso” representa?. A todo lo antedicho podríamos añadir las enfermedades incurables, las epidemias y las alertas sanitarias que surgen periódicamente con cada vez más frecuencia. Para acabar formulando la pregunta principal que engloba todas las anteriores: ¿hacia donde va todo ese “progreso”?.

El único progreso visible es el de la maldad y la destructividad humanas. En la Prehistoria los hombres se hacían la guerra y se mataban entre ellos con palos y piedras o a huesazo limpio. Hoy bastará con que unos cuantos militares aprieten unos cuantos botones desde instalaciones subterráneas para que toda la humanidad resulte incinerada y el planeta calcinado bajo el efecto de las bombas atómicas y las de hidrógeno. En eso se ha quedado el tan cacareado “Progreso”. Otra auto justificación que también nos resulta risible es la inveterada pretensión del ser humano por considerarse a sí mismo como el centro del universo y el ser vivo más evolucionado de todo el planeta Tierra. Pensemos por un instante que las tortugas pudieran hablar. En ese caso las tortugas macho afirmarían con rotundidad que lo mejor que existe en el mundo es la tortuga hembra.
Consideremos la posibilidad de que los monos estuvieran dotados del talento de la escritura. Si fuera posible entonces los más sabios de ellos escribirían elaboradas teorías de la Evolución en las que afirmarían que la actual especie dominante del planeta (el Chimpancé) desciende, por selección natural, del Hombre.
En el fondo qué más da saber cuál es nuestro origen y posterior evolución. Lo mismo da que seamos el producto de la expansión de los átomos del universo y de la recombinación molecular de la aparición de la vida orgánica en la Tierra. O seamos el fruto de un experimento cruel de los dioses mitológicos que se aburrían en su olímpica magnificencia. En el fondo todas estas teorías resultan irrelevantes. No somos más que unos trozos de carne alargada con extremidades que, por si fuera poco, no vamos a vivir durante mucho tiempo. Total, para acabar en el interior de una estrecha caja de pino comidos por los gusanos o incinerados en el crematorio municipal como los nazis. Vamos finalizando este ensayo y todavía no hemos podido responder de forma clara y satisfactoria a la pregunta: ¿hacia donde va todo?.
Por Pere Basés





