El fuego: entre la necesidad y el mito

Desde tiempos inmemoriales el fuego acompaña a la humanidad en su evolución como especie y la posterior historia de las múltiples formas de civilización desarrollada desde la Edad Antigua. Esta ígnea compañía ha generado, como es natural, multiplicidad de mitos y leyendas que jalonan el inconsciente colectivo de nuestra especie presuntamente racional. Durante una fase concreta de la Prehistoria, una serie de hechos casuales provocaron que el hombre primitivo descubriera el fuego y lo incorporase a sus necesidades básicas. Convenientemente domesticado, sus llamas proporcionan a las comunidades paleolíticas calor y mejor cocción de los alimentos. De su impacto e importancia da testimonio la célebre película “En busca del fuego”, de inicios de los años 80 del pasado siglo XX.

En el Neolítico, con el descubrimiento de la agricultura y la ganadería, las primigenias comunidades humanas dan un salto cualitativo en su aplicación. Este proceso se acelera con la gestación de las primeras grandes civilizaciones que surgen en el Próximo Oriente, Mesopotamia y, poco más tarde, en la cuenca mediterránea. El uso del fuego en la fundición y fabricación de armas y utensilios relacionados con las tareas agrícolas y la pesca es innegable. Paralelamente a la canalización del agua en cultivos y regadíos, básica en la consolidación y evolución del descubrimiento de la agricultura. Tales eventos marcan el paso de las sociedades nómadas a las sedentarias. Sin el asentamiento humano en emplazamientos fijos jamás se hubiera desarrollado la civilización tal como la conocemos. La ciencia de la arqueología nos ofrece innumerables pruebas y testimonios de todo lo expuesto hasta ahora. 

El fuego también tuvo aplicaciones bélicas dignas de consideración. Como ejemplos las flechas incendiarias, las catapultas y el formidable “fuego griego”, arma decisiva durante el Imperio bizantino.

De todos los mitos y leyendas originadas por tan flamígero descubrimiento ninguna se iguala al mito clásico de Prometeo. No es casual que dicha leyenda pertenezca al más organizado de todos los sistemas mitológicos creados por la fértil imaginación humana: la mitología griega. Cuentan que el dios Prometeo observando a los humanos desde su privilegiada posición del Olimpo se dio cuenta de sus carencias. Por ello descendió de su olímpica esfera para regalarles a los llamados por los dioses “seres de un día” el fuego. Además de proporcionar calor, simbolizaba el conocimiento. Por ello Prometeo traicionó la Ley del Olimpo al proporcionar el conocimiento a los humanos; lo que los aproximaba peligrosamente a los dioses. Estos, celosos de su privilegiado estatus lo delataron a Zeus, el padre de todos ellos. Las consecuencias que esto trajo al infeliz Prometeo no se hicieron esperar: los dioses votaron por mayoría absoluta para proporcionarle un castigo ejemplarizante. Ataron al díscolo Prometeo a una sólida roca. Cada día las águilas comían su hígado volviéndolo a crecer de noche. Terrible suplicio que haría las delicias de Pinochet si hubiera podido aplicarlo a sus propios presos políticos con total impunidad.

Esta leyenda equivale, hasta cierto punto, a la expulsión del Paraíso de Adán y Eva tras violar la Ley del Dios de la Biblia de comer el fruto prohibido del Árbol del Conocimiento. En este caso pagó la factura la primera pareja humana. Algunos graciosos afirman que por culpa de la manzana este mundo es la pera. Pero estudios arqueológicos recientes concluyen que el fruto prohibido del presunto Paraíso no pudo ser una manzana. Debido al clima y el tipo de agricultura del Cercano Oriente lo más probable es que no se tratara de una manzana sino de un dátil.De todas formas existe una razón para no preocuparse por este tema. Y es que en el siglo XIX Charles Darwin (1809-82) estableció en su polémico libro “La evolución de las especies” (1.859) que el hombre procede del mono por evolución natural. Así que lo más probable es que ni siquiera existieran Adán y Eva, aunque comieran un dátil. Conviene aclarar cual se equivocó más: Dios o Darwin. Si de verdad existe un Plan divino para la humanidad, la historia de nuestra violenta especie demuestra que ha salido tan mal que a Dios le hubiera ido mejor haciendo bolillos. Pero no resulta mejor parado Darwin. Muchas veces la conducta humana es tan irracional que ahora cada vez van siendo más los que afirman que en realidad es el mono el que proviene del hombre.


Escrit per: César A. Álvarez
Del llibre: Leyenda de la ciudad de los mediocres
ISBN: 9781326697860

Comparteix a:
César A. Alvarez
César A. Alvarez
Articles: 19

Deixa una resposta

L'adreça electrònica no es publicarà. Els camps necessaris estan marcats amb *