RISSIO, y otras historias del ir y venir

No recuerdo la fecha en que vi por primera vez al viejo.

Francamente, juro que es la verdad. Como dice el tío Jota, “por María Santísima” no estoy hablando en falso. Alzo mi mano derecha en testimonio que crean en lo que digo. Se trata de un ser que lo vi como mi abuelo, porque él se lo ganó y lo rememoro hasta con lágrimas en los ojos.

Nada más que, con la auténtica luz de la transparencia, hago esta confesión. El tiempo pasó, y ando muy cercano a los recuentos más íntimos que intimistas, en la arquitectura global familiar, empiezo por acercarme a los que hemos tenido de base, porque sobre ellos se levanta el edificio de una buena estructura. Es decir, en qué somos y vamos a ser.

Hoy, cerca de entrar a la vejez, y con la contabilidad de años, me obligan a revisar, antes de que sea solo un recuerdo en ustedes. En los que siempre me han puesto atención, confían en lo que digo. Va a ser para ellos, claro, eso lo tengo presente. Para ellos, nada más que para ellos. No me canso de repetírmelo, también a mí mismo.

Están atentos, es lógico, pensando en lo que voy a decir. Eso yo lo quiero, para eso escribo, no es para satisfacer mi ego, sino echar a andar lo que era el viejo, antes y después que murió. Quienes desean que sea fiel como manda, lo dijo Carlos Guerrero: que sea “legal, legal…” Ser fiel en todo este confesionario. Para que diga el primo Negrín: “Cierto es, para qué lo vamos a negar…”.

Quiero decir que no vaya a ser que un exabrupto quiera interrumpir. Como los imprevistos que surgen en el relato. Esos a veces se escapan, aunque no quiera uno manifestar. Hace tiempo, manifiesto que no sentía tan bien, parece que Rissio estuviera a mi lado y dando su venia que aprueba lo que voy escribiendo.

Entonces, rememoro el momento en que abrió el escenario para bailar una marinera. De ésas que le escuchaba entonar a su hermano Felipe Santiago, y si es más de su inspiración, el gozo no tenía límite al danzar la melodía. Guitarra en mano, rasgando el madero sonoro recordaba, hasta su padre Juan Eulogio, cuando cogió sus cabezas y los hizo jurarse amor eterno a ambos hermanos.

Tenía en mente ese episodio, se le venía ese recuerdo vivo, porque adoraba a su padre Juan Eulogio, porque vivió en su casa y lo sigue haciendo. Lo dijo varias veces que la razón de su vida eran sus padres. Y le gustaba las marineras que cantaba Felipe Santiago, por eso él las bailaba con mucha concentración y no permitía otra para pareja que aquella que lo acompañaba.

Por eso, nadie más se atrevía a ocupar el salón para marcar su trote, su galope, su paso en el suelo ante el asedio de las miradas de la concurrencia. Ver cómo lo hacía, sin ningún otro danzador que lo perturbara, que lo distrajera. Orden estricta que se cumplía, porque el veedor, el padre Esteban Buscemi, lo hizo saber que él mismo lo prefería y, además, el viejo estaba contento…


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Ricard Teixidó

Ricard Teixidó

Diseñador gráfico y web; gestor de contenidos.

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