Decía Gene Simmons que el “rock está muerto”. El reconocido bajista de la legendaria banda de rock neoyorquina KISS aseguraba, no sin razón, que el rock estaba perdiendo la fuerza que había tenido durante las últimas seis décadas.
El rock siempre se ha asociado, de alguna manera, con la efervescencia y la rebeldía juvenil, dependiendo de la época en que se contextualice. Elvis enseñó a una juventud pacata y moralista, como la norteamericana, a relacionarse de una manera diferente: más directa y con menos tabúes. Su música provocó una revolución social que transformó creencias, valores, prácticas íntimas y la forma en la que se relacionaban los jóvenes. Además, impulsó una nueva modernidad, tan necesaria en su país como en el mundo. Se enfrentó a todo un establishment en una sociedad profundamente conservadora que pedía su cabeza.
En los años 60, el rock se extendió a países como Reino Unido, donde surgieron bandas míticas como The Beatles, The Rolling Stones, The Who, The Animals. Estas agrupaciones se convirtieron en el faro de una juventud británica que, tras una cruenta guerra mundial, experimentó un cambio de paradigma. Dejaron atrás una sociedad oscurantista y caduca imperante para dar paso a una sociedad más relajada, con mayor libertad, igualdad o rebeldía. Gracias al “factor Beatle“, este modelo se extendió por gran parte del globo.
En los Estados Unidos, emergieron bandas como The Doors, The Velvet Underground o The Kinks, que profundizaron en el impulso por la libertad y la revolución. Además, coquetearon con el mundo de las drogas, el pacifismo y la psicodelia.
Los 70 marcaron un punto de inflexión en el mundo del rock, dando lugar a nuevas vertientes como el heavy metal, impulsado originariamente por el grupo Black Sabbath. Bandas como Black Sabbath, Deep Purple, Led Zeppelin, Jethro Tull, Pink Floyd, Sex Pistols o AC/DC rompieron con el pacifismo de los 60 y llevaron al rock a una dimensión más agresiva y disruptiva frente al sistema.
Los 80 estuvieron marcados por la continuidad del heavy metal y sus variantes, dando paso a nuevas ramificaciones como el trash, glam…, así como la evolución del contestatario punk, que derivó en el post-punk y otros subgéneros. El rock corría por las venas de la clase obrera, siendo el hilo conductor de una revolución contracultural que permeaba sutilmente en la cultura y en la visión de los jóvenes.
En los 90 surgieron el grunge o el nu metal, mientras que desde el norte de Europa se expandieron rápidamente las vertientes más extremas y contundentes del metal, como el black metal, doom metal, gothic metal o death metal. Estas corrientes ofrecían una visión más oscura, pesimista y existencialista de una sociedad ahora globalizada, que iba dejando atrás su personalidad para volverse cada vez más homogénea.
Es imposible negar que, desde los años dos mil hasta la actualidad, el rock y sus derivaciones han ido perdiendo influencia entre los jóvenes. Si bien han surgido bandas como The Strokes, Rammstein, Avenged Sevenfold, Mastodon, Gojira…, todas de gran calidad, falta ese componente de efervescencia juvenil, el apego real de la juventud a ellas. Quizás, en este mundo globalizado, en el que se ha vendido un ideal de felicidad impostada y ficticia, los jóvenes ya no vean en el rock un símbolo de revolución y de ahí su desapego.
Y no, no voy a decir que el rock se está muriendo, porque aún cuenta con muchos adeptos, incluso entre los jóvenes. Me refiero a que no hay un claro relevo generacional para esas bandas, y no porque falte talento – lo hay a patadas -, si no que basta con darse una vuelta por cualquier local de conciertos un fin de semana para comprobarlo. En la era del capitalismo global, se ha despojado a todo estandarte de lo más preciado: su alma. Por eso, la juventud no se apega al rock ni a la revolución, sino a un falso sentido hedonista mayoritario, que muchas veces los lleva a callejones como el reggaetón, trap o derivados.
Nos sentimos, asimismo, apegados a la vieja idea de revolución, a los viejos ritmos, a los grupos de siempre, que, al igual que todo, han sido asimilados por el sistema como marcas comerciales. AC/DC, Iron Maiden, Metallica, Bruce Springsteen, Judas Priest, KISS… fueron estandartes de la modernidad, pilares de la revolución en su momento, y hoy han quedado como un feliz recuerdo. Se les evoca por nostalgia, porque su música nos retrotrae a nuestra siempre idealizada juventud y, porque no decirlo, su música es genial. Ahora el rock ha sido absorbido y desprovisto como objeto de revolución; la gente se aferra a él más por nostalgia o sentido de pertenencia que por una verdadera necesidad de cambio.
Es triste, como ocurre con el cine o tantos otros movimientos artísticos: la industria y la sociedad no quieren dar oportunidad a renovarlo con nuevas bandas, nuevas ideas, nuevas propuestas, sino que tiran de grupos tributos o de secuelas, remakes o precuelas de películas antaño exitosas, como una manera de regresar a una nostalgia, a un tiempo que ya pasó, a una revolución que nunca se consumó.
Es cierto que entre los jóvenes se está perdiendo, pero el pop está volviendo a reaparecer entre viejas glorias.
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Aún está vivo, quedan los clásicos y, si te sumerges un poco en el underground, quedan buenos grupos pero está perdiendo empuje entre la juventud.