La Confesión

El robo no había salido tal y como esperábamos, aunque no por ello nos quedamos sin botín. El reparto se hizo según lo acordado: Lucas se llevó las joyas y yo me quedé con el poco dinero en efectivo, aunque no en su totalidad, ya que quería hacerle un regalo a mi mujer, así que cogí unos pendientes de perla engarzados en oro, de estilo sencillo y refinado a cambio de unos cuantos billetes.

Llegué a casa muy avanzada la noche y dejé los pendientes al lado de mi mujer, en su mesita de noche para que fuese lo primero que viera al despertar por la mañana, luego fui al baño a darme una ducha, pero mientras me quitaba la ropa, observé que tenía manchas de sangre en la camisa y en los pantalones, así que metí la ropa en una bolsa que guardé en un lugar discreto para deshacerme de ella en cuanto saliera por la puerta, pero no pude evitar que mi cabeza se pusiera a dar vueltas cavilando sobre el origen de aquellas manchas: obviamente, sucedió todo muy deprisa, y en medio de la agitación suceden cosas en las que no se suele reparar hasta que ha pasado todo, yo tenía la certeza de que Lucas estuvo encañonando a los clientes mientras yo pasaba junto a ellos con una bolsa donde ellos iban depositando su dinero y objetos de valor, entonces me di la vuelta para dirigirme hacia las vitrinas cuando se oyeron los dos disparos y Lucas me cogió del hombro empujándome hacia la salida, pero yo estaba seguro de que fueron dos tiros de advertencia ante un imprevisto que surgió de repente obligándonos a dejar el atraco a medias, o eso preferí pensar al menos mientras me acostaba intentando dejar la mente en blanco para poder conciliar el sueño.

Al despertar, tenía el cañón de una carabina apuntándome a la cara, quien empuñaba el arma llevaba un casco negro y la cara cubierta con un pasamontaña, una voz implacable y fría me ordenó levantarme muy despacio y eso fue lo que hice al principio, pero mi mujer que dormía a mi lado, se despertó sobresaltada y al ver cómo le golpeaban en el estómago con la culata de un fusil, salté de la cama gritándoles que estaba embarazada de tres meses. Eso es lo último que hice antes de que uno de los agentes me golpeara en la cabeza y cayera al suelo semiaturdido bajo una lluvia de patadas impactando por todo mi cuerpo como si estuviese bajo los cascotes de los caballos.

Los primeros interrogatorios tuvieron lugar en una sala sin ventanas, yo estaba esposado en una silla y ellos caminaban dando vueltas a mi alrededor mientras repetían las dos mismas preguntas una y otra vez, cada vez que les respondía, recibía un golpe en la cara o en los costados o alguien volcaba la silla lanzándome de bruces contra el suelo.

Tenían los pendientes robados y la ropa ensangrentada, pero les faltaba el arma homicida o mi declaración firmada confesando los hechos, lentamente fui comprendiendo la gravedad de la situación a la que me enfrentaba. La siguiente fase consistió en desnudarme y atarme las muñecas a los tobillos dejándome en esta posición durante un espacio de tiempo que en aquel calabozo inmundo se convirtió en una eternidad, al ver que esto no surtía el efecto deseado, dejaron mi cuerpo en suspensión con la cabeza boca abajo, más tarde, pusieron un cubo de agua helada bajo mi cabeza y con cierta regularidad hacían bajar la cuerda sumergiendo mi cabeza en el agua para volver a subirme justo en el instante previo al colapso respiratorio, luego procedieron a aplicar descargas eléctricas en mis genitales mientras golpeaban mis costillas con varas de madera flexible. Y cuando ya había perdido el pulso vital, cuando mi cuerpo era un desgarrón de carne inerte apenas sostenida por un puñado de huesos maltrechos, volvieron a vestirme y me arrastraron hasta una celda donde me dejaron dormir una noche entera.

A la mañana siguiente, me llevaron hasta la sala donde había tenido lugar el primer interrogatorio y me sentaron frente a una mesa, el agente de mayor rango me dijo que Lucas ya había confesado: dijo que durante el atraco, se encaprichó de unos pendientes que lucía una mujer de clase pudiente y en el momento de extraerlos, apareció su marido por detrás iniciándose un breve forcejeo entre ambos que acabó con el arma disparándose a bocajarro, luego mató a la mujer a sangre fría sólo para arrebatarle los pendientes porque según confesó: no soportaba sentirse contrariado.

Eso fue todo: Lucas había fallecido durante un traslado, según me informaron, o quizás acabó muriendo en el interrogatorio, poco importaban los detalles a estas alturas, firmé el documento que pusieron delante de mí, sin molestarme en leer lo que habían escrito y debido a mi estado, tuve que sujetar mi mano derecha con la otra mano para sostener la estilográfica.

Y aquí estoy, tras haber pagado mis deudas con la sociedad, intentando rehacer mi vida, mi mujer dio a luz a una hermosa niña más otros dos de su nuevo matrimonio, en lo que a mí concierne, ya no he vuelto a delinquir y trato de llevar una vida honrada pero todavía me despierto algunas noches soñando que salto sobre Lucas y lo estrangulo mientras él ríe a carcajadas.

Juan Jose Villegas

Juan Jose Villegas

La escritura es magia creativa, los escritores tienen la magia dentro, no importa su estatus ni su profesión; un escritor es una mente activa y observadora.

También te podría gustar...